Los clubes son realidades situadas, forman parte una ciudad, pueblo o barrio. Algunos incluso tienen un lugar reconocido a nivel internacional dentro de su disciplina, sintiéndose parte de una cultura deportiva más amplia. Prueba de ello es el rugby: estés donde estés, el ambiente del rugby te atrapará.
Estos vínculos con el entorno quedan recogidos en la historia, pero, a pesar de las transformaciones, también forman parte del presente. Los clubes mantienen relaciones con diversas entidades de su ciudad, pueblo o barrio; conversan sobre deporte, economía, identidad u otras temáticas sociales. Esos vínculos quedan reflejados en distintos elementos: el nombre del equipo, el escudo, los colores del club, cánticos, gritos o lemas. El contexto tiene su propio espacio dentro de estas pequeñas culturas.
De este modo, los clubes crean un vínculo entre deporte, ocio y sociedad, y dicho vínculo constituye una red en la que toman parte personas aficionadas, instituciones, asociaciones, empresas y ciudadanía. En algunos casos, estas redes también incluyen otros clubes. Un ejemplo sería el rito del tercer tiempo del rugby, o las relaciones de los clubes pequeños con los más grandes.
Para algunos clubes trabajar por el pueblo, hacer pueblo es un estímulo. Los relatos hablan de ayuda mutua, compromiso con el entorno o (de nuevo) reciprocidad. No son pocos los clubes que se reconocen como referencia en su contexto próximo, hecho que les genera un sentimiento de responsabilidad. Los clubes demuestran la capacidad del deporte de influir en la sociedad, evidenciando que es algo más que actividad física y que no sólo están implicados cuerpos individuales (deportistas), sino también el cuerpo colectivo que representa la sociedad, y del que también es necesario cuidar.